martes, 13 de octubre de 2015

Deidades, poder y dolor

     Arrastrándote como una bestia desmembrada descubres la ferocidad de la vida, llenando un cuentagotas de sangre que será utilizado en tu contra para quemar tus retinas y acto seguido, arrancarte la columna vertebral. Con los codos en carne viva, enrojecidos como un volcán en llamas y lleno de barro húmedo. Con la sangre de las muñecas marcando el recorrido en el espacio tiempo en una línea estrecha y poco marcada. Con la duda y la culpabilidad clavadas con una estaca en el pecho, de la que asoma una pequeña nota con su nombre firmado. Estático en un pensamiento afincado, sin pagar la cuota diaria, del no saber cómo salir de todo esto. De cómo salir del recuerdo.

     Arrastrado y castigado, por un cielo con luces celestiales y cánticos angélicos bañados en el dorado del sol, reflejos en las arpas y voces salidas del poder de un ser infinitamente poderoso. Sirenas en el cielo y súcubos en la tierra. Morfina para olvidar cómo contar, cómo ser, cómo estar y cómo parecer. Dividiendo tu alma en tres partes, y guardando una por si pierdes las demás -hay que tener cuidado con perder la cordura-. Ríndete y conocerás sitios insólitos donde ser feliz durante el tiempo en el que tardas en acostumbrarte, para luego ser alguien pasivo y acabar fustigado por los tormentos del presente. Pero nunca hablamos de esto si no es entre las dos y las siete de la madrugada.