Más que de mirar el tiempo pasar, ella era de las que giraba las manecillas del reloj hacia la izquierda, como cuando te arrancan el corazón por la fuerza. Tampoco le gusta las tazas para zurdos y rompía las asas con el fin de poder coger la cafeína con las dos manos y ver el sonido del silencio cuando desayuna para ir a clase. Lleva consigo una mochila en vez de un bolso, le incomodaba tener un lado desnudo y ser el blanco de cualquier mano que pudiera acercarse desde su espalda rodeando la cintura para darle los buenos días desde la mejilla. Enfrentaba la vida de cara pero por su seguridad y con refunfuño, miraba a los lados antes de cruzar la carretera. No le cae bien la gente que coge el cuchillo con la mano del reloj, ni los que cogen con la mano entera las cucharas;prefiere a la gente que las coge como un artista, con delicadeza. No le gusta los mandos con el volumen a la izquierda. Cuando preparaba el té lo tomaba sin pastas, comer le distrae del paisaje y sabe lo triste que es no ver una mirada sonreír. Se levanta con el pie derecho y dejaba caer la melena al mismo lado con el que pisa, muestra seguridad con cada peinado. Le gusta ver amanecer. Odia el atardecer y la cobardía del sol al esconderse por su izquierda, pero en el fondo agradece poder leer poemas en la hierba, acobijada por el manto de un árbol y con la sonata del cielo naranja, música para la vista. Tiene cierto aprecio a la gente que escribe mayúsculas tras los puntos y no exagera las exclamaciones. Su mirada no forma parte de la gente que deja las cosas a medias. Ha dejado de asistir a las cenas familiares porque siempre son los adultos los que hablan con ese aire de superioridad y creyéndose mejores que el entrecot cocinado por la abuela. No le habla a nadie, ahora lo hace todo a pluma sabiendo que no siempre encontrará respuesta y por lo tanto no se pondrá nerviosa al ver unos labios titubear sin saber qué ni cómo responder. No le gusta sentirse desnuda y con el corazón envuelto en una manta de espinas.