domingo, 21 de junio de 2015

Destrucción por susurros

   El miedo acelera la cantidad de sangre bombeada y yo, adicto, saco todo con una jeringuilla clavada en el brazo. Quiero empezar a medir la distancia con la piel de gallina de alguien que me haya dejado acariciarle el brazo con las uñas. También, aprender a redactar mis sentimientos. Aprender a tildar lo que pienso, poder poner un adjetivo a cada minuto vacío de palabras y llenar de pronombres todo lo que mis pensamientos destierran. Quiero ponerle nombre a nuestro acorde. Quiero, puestos a pedir, una escala mixolídea que empiece en mis dedos y acabe follando tu mente. Quiero tanto y aspiro a tan poco. Viajar en barcos de papel y peinar el mar. Bailar y teñir de moretones nuestras rodillas para luego acabar lamiéndolas como gatos que buscan caricias y luego se marchan, con egoísmo y majestuosidad. Con la chulería de poder pagar con cien euros un chicle de cinco céntimos. Quiero ponerme a contar las veces que los astros explotan y compararlas con las veces en las que he tenido que cenar cosas precocinadas porque tus piernas no abren las 24 horas. Dejar, por una vez, de fantasear con agujeros negros absorbiendo y almacenando minuciosamente soles con más brillo que tu mirar. Dejar de deshacer la cama porque sé sostenerme. Dejar de deshacer la cama para no ser otra destrucción por susurros. 

viernes, 12 de junio de 2015

Julia, una niña con suerte

    Érase una vez, en la tierra donde los sueños mueren y las pesadillas dominan, nacía una inocente niña llamada Julia. Creció y se crió en una pequeña casita llena de polvo, escasa de dinero y la comida justa para cada día. Julia era muy curiosa. Siempre andaba con el dedo bajo la comisura de los labios preguntándose "¿qué pasará si...?". Le gustaba investigar, romper, caerse, llorar... todo para satisfacer su interés y dudas. 


    Quién sabe por qué, Julia también nació con suerte. Y es así que, en verano, jugó con la muerte y le arrebato la victoria antes de ahogarse en la playa, mientras intentaba buscar el misterio escondido tras esa estrella de mar.

    Pero la suerte de Julia, poco a poco se desvaneció. 


    El mismo mes que cumplía los 10 años, a Julia le ocurrió algo que nunca hubiera pensado posible. Jugaba con la arena y también con Carlos, un compañero de clase. Muy curiosa ella, quería averiguar si la arena era comestible o, más bien, si alguien podía morir por ella sin ser aplastado. Mientras Carlos, caía desplomado de cansancio en la arena, Julia buscaba, muy inocentemente, una herramienta para abrirle la boca e insertar la arena dentro. Cuando poco le quedaba para abrirla, alguien gritó —a los dos niños— desde el otro lado de la calle mientras cruzaba la carretera y un coche reventó las caderas de mientras la cabeza golpeaba violentamente contra el capó del coche y estallaba ensangrentada con el caluroso asfalto. 


    A los 15, después de otros tantos percances anteriormente, Julia estaba en casa pensando qué hacer para amortizar el tiempo. Pensó, mientras apagaba la televisión, en hacerse un batido de frutas. Fue a la cocina y cogió una batidora grande, de gran capacidad. Puso fresas, plátano, manzanas, un poco de piña y el anillo que se le resbaló de las manos. Con las prisas y descuido, activó la batidora cuando la mano estaba dentro y las cuchillas rellenaron la receta de Julia con la mitad de su mano y mucha sangre.


    Julia nunca entendió el por qué de su desgracia.





Cinco años después, Julia acabó con toda su mala suerte. Estudiaba en un pequeño bar de Helsinki, rodeado de sus compañeros del instituto y el tabaco del ambiente. Tenía hora de queda, su madre iba a recogerla en un pequeño parque para luego llevarla al médico. Así, Julia se despidió de sus compañeros y salió del bar en dirección al parque. Con la música en alto y el brillo del sol, no andaba certera sobre sus pasos. Veía a su madre a lo lejos, sonriente, mientras pasaba al lado de un seto alto donde jardineros con motosierras cortaban lo saliente. Julia no escuchó el ruido y, la vista del jardinero estaba tapada por el follaje cuando, con un desliz, la motosierra se deslizó ligeramente de sus manos, clavando los dientes de la sierra en el desnudo cuello de Julia y hacíendola retorcerse de dolor, intentando apartar la sierra con la mano y los brazos, perdiendo litros de sangre y miembros, llorando y sufriendo hasta acabar desangrada en mitad de la acera, a los ojos de su madre.

sábado, 6 de junio de 2015

Bañado en sangre

   Llegaba tarde al encuentro. Digamos que nunca he sido impuntual, pero esta ocasión se lo merecía. Sin ir demasiado arreglado y sin demasiadas prisas, bajé por las escaleras y salí de mi casa. Tomé rumbo al sur, esquivando el bullicio que los torturados transeúntes de esta asquerosa ciudad hacen. Anduve por calles poco transitadas, callejones demasiado oscuros para lo que la luz del día ofrecía; lleno de putas, vagabundos, violadores, asesinos y yo. Siempre ando con música en los auriculares, y quizá por eso que al acabar la canción, me distraje mirando hacia un montón de cartón donde había un vagabundo follándose un tronco de una joven. Eché una moneda en el cráneo que utilizaba para que le echasen dinero. Un euro. No quise escatimar ni manchar — más todavía — la parte ética de mi alma. Creo que era normal aquel panorama en esas calles infrahumanas, no paso mucho por allí. Tampoco tuve problemas en seguir adelante, aunque me tropecé con una puta siendo perseguida por un loco con hacha. También miembros de gente tirada en el suelo masturbándose en grupo con sus automutilaciones. Yonquies clavándose jeringuillas en el iris y entre ellos. Aunque no fuera el pan de cada día, estaba acostumbrado a aquellas escenas y creo que, al tener una apariencia que se camuflaba con el conjunto de las mohosas y sangrientas calles, podía pasar inadvertido. También lo facilitaba que allí todo el mundo fuera ciego.


   Echando un vistazo al reloj, me doy cuenta de que han pasado diez minutos ya desde la hora de encuentro. Al final, dos minutos más tarde, la encuentro en el único banco que hay en la plaza más solitaria, después de mi, de esta ciudad. Nada más sentarme con ella, sin devolver el saludo, se me lanza metiendo la lengua en lo más hondo de mi boca, acariciándome la entrepierna. Cinco segundos después se para, me mira, se relame y saluda. Después de asimilar lo ocurrido y desparalizarme, miro al café tostado de sus ojos, esperando a beberlo. Le pregunto por su vida, sus miedos y sueños. No es la primera vez, pero me gusta oírla hablando bajito y contenta. Me acerco más a ella, acortando distancias, dejo una mano posada en su cuello y con el pulgar peinando el bonito pelo que le cae por la oreja. Con la otra mano, lentamente, acaricio uno de sus muslos, consiguiendo meter la mano entre los dos y subir lentamente hasta su ombligo, quedándome en la mitad del camino. Mientras sigo con las manos en ambas zonas, gradualmente apretando más fuerte y provocando más placer, me voy acercando al cuello lentamente, admirando sus gestos de placer y gracias. Ya ahí, le susurro un "te quiero" muy sincero, para después morderle en el cuello y arrancarle a bocados la yugular. Así quería, que, el tormento más pesado que hasta ahora he tenido, muriera masturbada y desangrada.