lunes, 7 de noviembre de 2016

Mar de desolación, oleadas de prosa


    Dime qué hay en tus ojos si no consigo ver a los marineros que navegan. No hay desidia, las tormentas amainaron, ni tampoco queda estima, ¡¿qué hay ahí dentro si no parece más que una carcasa?!

    Le encontraste el placer a quererlo y esperar reacciones químicas a nivel solar, para luego encontrarte sin calzado pisando charcos bajo la lluvia y mermando la sensibilidad de tus pies, copiándose al hielo de un glaciar. No buscabas más que cuatro gotas de lluvia y te encontraste pidiendo ayuda, ahogándote, en un torrente de sentimientos. Para qué, te preguntabas, con un sin fin de dudas y menos de ninguna respuesta estrangulando tu forma de vida, tu forma de ser.  

    Contar las estrellas  ha dejado de ser un pasatiempo, para convertirse en una lenta agonía diaria que deja de ser divertida, para convertirse en la peor tortura de tu ánima. Has olvidado cómo contar, qué contar y, ni tan siquiera quieres hacerlo. ¿Por qué, si antes te gustaba?

    No basas esto en ningún pronombre ni echas las culpas a ningún posible responsable. Simplemente ha pasado; has dejado de contar las estrellas.

    Te despiden del trabajo, te despides de tu familia, te despides de la vida y revientas tus sesos contra las rocas que esperan al final de ese acantilado en el mar —siempre ha tenido el mar un protagonismo un tanto poético, ¿no?—. Tu cuerpo se hunde en la miseria que has creado. Solo

viernes, 29 de julio de 2016

El paso del tiempo

      Olvido lo que es atravesar el tiempo con una mirada. Clavarlo en la palma de la mano y llorar en silencio mientras uno ve cómo brota la sangre, digamos que de heridas del pasado, ¿no? Un vistazo atrás, un poco más arriba de mi hombro, justo rozando con ese cielo azul y el color verde desgastado y mohoso de la azotea –rústico y vintage, algunos apuntarían– , cortando el presente. Un ligero destello ciega mi mirada, nubla mi vista e intento aclararla con la mano pero la suciedad golpea en el ojo y hago imposible el ver un poco de realidad, este segundo de realidad.

      Salta, salta. Piez iquierdo, luego derecho, el izquierdo de nuevo... ¡una roca! Salta.

      Camino distraído, buscando un trozo de cielo gris para afirmar que lloverá y no sentirme abrumado por el cielo azul bajo el que seguía caminando. Aprecio el follaje, el paso del tiempo en general. Ha muerto la vida que había aquí, las calles siguen siendo piedra que machacan los pies, un silencio ensordecedor y caótico, causante de la locura en este pequeño pueblo siendo el acabose que llevó a este lugar a las ruinas.

      Dime tú, que rondas en mis pesadillas más oscuras y acechas en cualquier esquina esperando al desvalido de mi mente para quebrarla en pedazos y regocijarte en ello. Dime tú, a qué esperas para dejar de ser odiado y victorioso. Dime tú, dime tú.

lunes, 15 de febrero de 2016

Como el mar

     Nunca me ha gustado el mar. No le encuentro placer al aire salado que se pega en mis vías respiratorias, tener esa sensación al secarte el agua del mar, ni a estar rebozado de arena. 

     Hay algo que me atrapa en el sonido, un clic en mi cerebro que parece tranquilizar el cuerpo entero con la poesía del oleaje en un día de calma. Cuando dejo toda mi palabrería y sabiondísmo para convertirme en un ser nimio, sencillo. Imitando a una hoja caer del árbol, vaticinando su muerte. Intento no ahogarme en el oscuro azul, todavía me falta por respirar. Dejo que esto sea una introspección, a las cuatro de la tarde y después de comer, donde solo nos encontramos mi yo, el respectivo alter ego al que tanto quiero, la compañía de los pájaros y algún que otro animal salvaje y, por último, los coros del mar. A pesar de todo este silencio y calma que produce la situación, he encontrado cierto placer a esto de gritar y cantar muy alto, mira que adoro el silencio pero a veces necesito gritar y dejar de ser yo, para ser algo más de lo que soy. Pero hacer del mar como sangre en mis venas es otro estado de calma en la que ni un abrazo por la espalda ni bajar el volumen a cero pueden conseguir. 

     Empieza a ser de noche y lo prefiero así; el sol siempre me ha parecido un pequeño mentiroso. Y, por favor, no me pidas que vuelva cuando sepas sobre este silencio y que prefiero oír esa introspección antes de escuchar el tintineo que produce tu voz.