lunes, 15 de febrero de 2016

Como el mar

     Nunca me ha gustado el mar. No le encuentro placer al aire salado que se pega en mis vías respiratorias, tener esa sensación al secarte el agua del mar, ni a estar rebozado de arena. 

     Hay algo que me atrapa en el sonido, un clic en mi cerebro que parece tranquilizar el cuerpo entero con la poesía del oleaje en un día de calma. Cuando dejo toda mi palabrería y sabiondísmo para convertirme en un ser nimio, sencillo. Imitando a una hoja caer del árbol, vaticinando su muerte. Intento no ahogarme en el oscuro azul, todavía me falta por respirar. Dejo que esto sea una introspección, a las cuatro de la tarde y después de comer, donde solo nos encontramos mi yo, el respectivo alter ego al que tanto quiero, la compañía de los pájaros y algún que otro animal salvaje y, por último, los coros del mar. A pesar de todo este silencio y calma que produce la situación, he encontrado cierto placer a esto de gritar y cantar muy alto, mira que adoro el silencio pero a veces necesito gritar y dejar de ser yo, para ser algo más de lo que soy. Pero hacer del mar como sangre en mis venas es otro estado de calma en la que ni un abrazo por la espalda ni bajar el volumen a cero pueden conseguir. 

     Empieza a ser de noche y lo prefiero así; el sol siempre me ha parecido un pequeño mentiroso. Y, por favor, no me pidas que vuelva cuando sepas sobre este silencio y que prefiero oír esa introspección antes de escuchar el tintineo que produce tu voz.