Dime qué hay en tus
ojos si no consigo ver a los marineros que navegan. No hay desidia, las
tormentas amainaron, ni tampoco queda estima, ¡¿qué hay ahí dentro si no parece
más que una carcasa?!
Le encontraste el
placer a quererlo y esperar reacciones químicas a nivel solar, para luego
encontrarte sin calzado pisando charcos bajo la lluvia y mermando la
sensibilidad de tus pies, copiándose al hielo de un glaciar. No buscabas más
que cuatro gotas de lluvia y te encontraste pidiendo ayuda, ahogándote, en un
torrente de sentimientos. Para qué, te preguntabas, con un sin fin de dudas y
menos de ninguna respuesta estrangulando tu forma de vida, tu forma de ser.
Contar las
estrellas ha dejado de ser un pasatiempo, para convertirse en una lenta
agonía diaria que deja de ser divertida, para convertirse en la peor tortura de
tu ánima. Has olvidado cómo contar, qué contar y, ni tan siquiera quieres
hacerlo. ¿Por qué, si antes te gustaba?
No basas esto en
ningún pronombre ni echas las culpas a ningún posible responsable. Simplemente
ha pasado; has dejado de contar las estrellas.