lunes, 7 de noviembre de 2016

Mar de desolación, oleadas de prosa


    Dime qué hay en tus ojos si no consigo ver a los marineros que navegan. No hay desidia, las tormentas amainaron, ni tampoco queda estima, ¡¿qué hay ahí dentro si no parece más que una carcasa?!

    Le encontraste el placer a quererlo y esperar reacciones químicas a nivel solar, para luego encontrarte sin calzado pisando charcos bajo la lluvia y mermando la sensibilidad de tus pies, copiándose al hielo de un glaciar. No buscabas más que cuatro gotas de lluvia y te encontraste pidiendo ayuda, ahogándote, en un torrente de sentimientos. Para qué, te preguntabas, con un sin fin de dudas y menos de ninguna respuesta estrangulando tu forma de vida, tu forma de ser.  

    Contar las estrellas  ha dejado de ser un pasatiempo, para convertirse en una lenta agonía diaria que deja de ser divertida, para convertirse en la peor tortura de tu ánima. Has olvidado cómo contar, qué contar y, ni tan siquiera quieres hacerlo. ¿Por qué, si antes te gustaba?

    No basas esto en ningún pronombre ni echas las culpas a ningún posible responsable. Simplemente ha pasado; has dejado de contar las estrellas.

    Te despiden del trabajo, te despides de tu familia, te despides de la vida y revientas tus sesos contra las rocas que esperan al final de ese acantilado en el mar —siempre ha tenido el mar un protagonismo un tanto poético, ¿no?—. Tu cuerpo se hunde en la miseria que has creado. Solo